¿Y cómo me imaginaba?-preguntó el doctor Havel con sincero interés y, al ver que el redactor balbuceaba algo sin saber qué decir, afirmó con nostalgia-: Ya sé. A diferencia de nosotros mismos, los personajes de las historias, las leyendas o las anécdotas están hechos de un material que no sufre los deterioros de la vejez. No, no quiero decir con eso que las leyendas y las anécdotas sean inmortales; naturalmente ellas también envejecen y junto con ellas envejecen también sus personajes, pero envejecen de tal modo que su aspecto no varía ni se deteriora, sino que va palideciendo lentamente, se vuelve transparente hasta confundirse finalmente con la pureza del espacio. Así se difuminará alguna vez el señor Cohen, el de las anécdotas judías, y también Havel el Coleccionista, pero lo mismo sucederá con Moises y con Palas Ateneas o con San Francisco de Asís; sin embargo tenga en cuenta que junto a San Francisco también palidecerán lentamente los pájaros que se posan sobre sus hombros y el chucho que se frota contra su pierna y hasta el olivo que le da sombra, que todo su paisaje se volverá transparente junto a él y que junto a él se irá convirtiendo lentamente en un reconfortante azul celeste, mientras nosotros, querido amigo, desapareceremos ante un colorido paisaje de fondo que nos hace burla y a la vista de una vivificante juventud que nos hace burla.
El libro de los amores ridiculos (1970)
Milan Kundera (Brno, 1929)